lunes, 3 de agosto de 2009

Sangre Maldita / 1. Un dìa en la vida


El mensaje de texto recibido por Daniela había sido claro: “Te queremos en la casa lo mas pronto posible”. Para ella el mensaje se antojaba aterrador, sabía que no se trataba de una urgencia familiar, puesto que el mensaje provenía de su padre y él pocas veces le mandaba mensajes. Ella comenzó a temer lo peor, un secreto guardado desde hace ya 7 meses, algo que sus padres no podían saber bajo ninguna circunstancia, el solo hecho de pensar que lo hubieran descubierto hizo que una fuerte descarga de adrenalina recorriera su cuerpo que combinado con el hedor del transporte público casi provoca que vomitara pero no se podía permitir pasar tremenda vergüenza.

Ella hubiera deseado que el camión jamás se detuviera y siguiera en una ruta eterna pero en el mundo real las cosas no sucedían así y eso ella lo sabía, irónicamente su secreto desafiaba la razón de la sociedad o como le decía “puercos que corren ante el cañón de un rifle” refiriéndose al pavor que le tienen a las cosas inexplicables.

Bajó y caminó hasta la entrada del fraccionamiento Cañaveral donde ella residía con sus padres y hermana, hija de un abogado y una contadora, su vida era gris hasta que “él” tocó a su puerta. Así entró a su fraccionamiento, su cerebro daba ordenes torpes a sus pies de volver sus pasos pero éstos no obedecían y seguían en línea recta hacia su casa, una a una pasó delante de las casas de sus vecinos y llegó a la penúltima, para ella la casa más odiada, ahí vivían las gemelas Curiel, sus enemigas mas acérrimas.

El momento más esperado de aquella hora que había transcurrido entre el mensaje de texto y su arribo al fraccionamiento llegó, el entrar a su casa. Como cada día al llegar de la escuela dejó su mochila en una silla que se encontraba en una pequeña recepción y se dirigió a la sala donde sentados en un sillón estaban María Teresa y Julián, frente a ellos se encontraba la mesa de centro y después un sillón individual que ese día jugaría las veces de banquillo de los acusados.

Entró a la sala y se sentó donde ya sabia que le correspondía, los ojos de su madre hinchados, rojos y aún con lágrimas daban evidencia del llanto que la había atormentado y aún no cedía, por otro lado, su padre tenía la mirada perdida pero aún así la furia se reflejaba en sus ojos que se encontraban inyectados de sangre marcando las numerosas arterias oculares.

La sala estaba rodeada de un silencio sepulcral que sólo se veía interrumpido de vez en cuando por los sollozos de su madre, pero no sería mucho el tiempo que el recinto permanecería así ya que su padre exclamó con la voz quebrada:

- ¿Cómo puedes hacer esto?, es que acaso ¿no te hemos enseñado lo mínimo de moral o decencia?

Daniela sabía que tenía que responder, cualquier cosa que dijera no podía empeorar más las cosas, pero ella no encontraba las palabras para describir cómo llegó a enrolarse con él, eran tantas ideas y tantos recuerdos, que no le hubieran bastado un millón de palabras para describir su historia de amor.


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