
El sol aún no salía, en el anden 3 de la estación de trenes se encontraban Daniela y Fernando; la mañana era gélida y había lloviznado un poco, parecía que incluso el clima sentía la pena que experimentaban ambos.
- Voy a decirte algo, creo que lo entenderás, cuando te lo diga quiero tomar tu mano.
- Sí, ya lo creo.
Daniela:
Lo que escribiré te causará una gran pena, porque sé que yo soy tu fortuna y que al irme tendrás que llorar, aún no sé cómo voy a olvidarte, sólo sé que así tiene que ser y aunque digas que soy un cobarde ya la vida te hará comprender. Es igual para los dos el castigo, sentiremos el mismo dolor, llevaré tu recuerdo conmigo, dejaré como adiós esta carta.
Si al pensar en lo vivido me quisieras salir a buscar, toma en cuenta que no dejo huella, que soy un perdido que no has de encontrar, siente alivio sabiendo que sufro, siente dicha pensando que yo en cualquier rincón del mundo estaré recordando tu amor.
Yo se bien vida mía lo que digo, nuestras vidas jamás se han de unir porque soy y seré para siempre tu primo y por nuestras venas corre la misma maldita sangre.
Fernando.
Daniela guardó la carta en su abrigo y se dirigió a la salida, se sentía tan pesada, para ella las cosas no habían terminado, aún tenía que enfrentar a sus padres los cuales sentirían alivio al saber que Fernando se había ido.
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